miércoles, 12 de marzo de 2014

Reflexiones post-electorales

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Por: Álvaro Morales Sánchez

Concluido el primer episodio del proceso electoral de 2014, la reflexión que un auténtico demócrata puede hacer es que la colombiana es una de las peores “democracias” que existe sobre el planeta; qué explicación tiene que un país cuya producción nacional se está derrumbando por causa de una política económica que tiene como ejes los tratados de libre comercio y la sumisión absoluta a las multinacionales y a los dictados de una potencia extranjera, reelija gran parte de los congresistas que han aprobado las leyes que sustentan esa desastrosa política económica; qué explicación tiene que un país gobernado por un filipichín de la oligarquía bogotana que basa su poder en el hecho de tener el apoyo irrestricto del Departamento de Estado norteamericano por ser la mejor garantía para la perpetuación del dominio de los Estados Unidos sobre nuestra patria, elija un Congreso en el que las fuerzas afectas a ese gobernante mantienen holgadas mayorías, que seguramente seguirán aprobando leyes en contra de la Nación y del pueblo colombiano; qué explicación tiene que un país martirizado durante tantos años por la violencia elija un Congreso en el que alrededor de la tercera parte de sus integrantes serán personas estrechamente vinculadas a quienes manejan los hilos de los negocios ilegales que han financiado esa misma violencia. Qué explicación tiene, además, que ese Congreso haya sido elegido por sólo un 33,3% de los colombianos habilitados para votar (según el último boletín de la Registraduría con el 98,4% del llamado preconteo de los votos, de 32.835.856 ciudadanos con derecho a votar, solamente 10.925.592, es decir, la tercera parte de los ciudadanos con capacidad de decisión, depositaron votos válidos por listas o candidatos).

A mi juicio, son varias las respuestas a estos y muchos otros interrogantes que puede hacerse cualquier persona medianamente preocupada por la suerte del país en el que le tocó vivir. En primer lugar, y aunque parezca una perogrullada, debo decir que éste es un país gobernado por una élite socio-económica, compuesta por los magnates del sector financiero, los personeros de las grandes corporaciones multinacionales, los miembros de la gran burguesía ligada a los negocios internacionales, especialmente a la importación de bienes y servicios cuya proliferación arruina nuestra economía nacional; esta élite tiene como razón de ser de su supervivencia y de su enorme poder la conservación de un modelo de sociedad y de negocios en donde ellos son los principales beneficiados, mientras que al resto de la población le va supremamente mal con ese modelo de sociedad y con el predominio de esos negocios. Esa élite se aferra con todas sus fuerzas al poder del Estado pues desde allí diseñan, aprueban y ejecutan todas las políticas favorables a sus intereses. Esta es la primera explicación para un proceso electoral que arroja como resultado el mayor atornillamiento de esa élite al poder estatal. Por eso tienen unas elecciones hechas a su medida, con un proceso previo de campaña desmesuradamente desigual entre las fuerzas políticas afectas al régimen y las que no lo son, y un proceso de escrutinio en el que campean toda clase de trampas para elegir fraudulentamente amigos del gobierno que, pese a todo el montaje previo, no lograron los votos suficientes.




Los pecados de las elecciones colombianas

Toda clase de vicios caracterizan a este proceso electoral. Desde el gobierno central se incluyen en el presupuesto nacional los “cupos indicativos”, nombre eufemístico para los que antes se llamaban “auxilios parlamentarios”, que en esta oportunidad sobrepasaron los 3 billones de pesos según cifras dadas a conocer por algunos parlamentarios; estos cupos indicativos se asignan a departamentos y municipios y los parlamentarios que los obtuvieron pactan con los mandatarios regionales y locales su destinación, una obrita de menor cuantía por aquí, un amague de obra por allá, y se reparten la mayor parte de la tajada, con lo cual unos y otros engrosan sus bolsillos y les alcanza para ayudar a financiar las costosas campañas con las que se hacen reelegir; agreguemos a esto la repartija de puestos de dirección en organismos estatales que se utilizan para amarrar los votos de todos los funcionarios públicos so pena de despido, y el panorama del clientelismo está completo. Es la famosa mermelada

Y para asegurar los votos del pueblo hay todo un entramado de variantes, que van desde la burda promesa de obras, gestiones o puestos, que por regla general se repite cada elección pero no se cumple, hasta la simple y llana compra física del voto, pasando por la entrega de electrodomésticos, mercados, tejas, ladrillos y toda clase de insumos para construcción, la asignación de viviendas de interés social en los programas gubernamentales, los programas de subsidios como Familias en Acción y todos sus similares, las parrandas con música en vivo y licor a manos llenas, el tamal o el almuerzo del día electoral, el transporte al sitio de votación y mil formas más. Esto sin contar con que todavía en muchas regiones se utiliza la amenaza de muerte a manos de grupos ilegales si no se cumple con la orden de votar por determinado candidato. La compra del voto se volvió una costumbre en casi todo el país, pues los politiqueros de siempre actúan como buitres que caen sobre la carroña, al aprovecharse de las necesidades de la gente, causadas por las leyes que ellos mismos aprueban en el Congreso, para llegarles con dádivas de toda clase o la tarifa del momento para el voto, que sirven para calmar momentáneamente la necesidad, y volver luego del día electoral a soportar otros cuatro años de privaciones, en una especie de resaca electoral permanente. Aquí, en la Costa Atlántica, se ha vuelto costumbre en los sectores más necesitados que la persona con más autoridad en una familia venda el paquete de los votos de todo su grupo para obtener una suma de dinero que en ocasiones sirve para hacer un mercado para varias semanas, y en otros casos se usa para armar una parranda de varios días. Es tan trágico el asunto, que muchos de nuestros pobres colombianos esperan con ansiedad los días de elecciones porque es su oportunidad para tener acceso a una comida decente. Y aunque esto se negocia en los días previos a los comicios, todavía en el día de la elección deambulan por los puestos electorales los personajes que se acercan a los grupos de trabajo de los candidatos a ofrecer sus paquetes de votos.

En el transcurso de las campañas es digno de mención, por lo infame, la avalancha de propaganda de todo tipo que se toma literalmente los pueblos y ciudades y que pretende interiorizarse en cada persona a través de sus cinco sentidos. Infame porque es evidente que mientras miles de problemas sociales campean por nuestros pueblos y veredas, se derrochan ríos de dinero en vallas, murales, pasacalles, pendones, afiches, camisetas, gorras, perifoneo, cuñas radiales, cuñas televisivas y todo aquello que penetre a través de la vista y el oído; el sentido del gusto es cautivado con las comilonas y francachelas; el tacto es halagado con bolígrafos, mochilas, prendas de vestir, pero sobre todo con el sensible roce de los billetes; quizás lo que menos se estimula es el olfato porque si éste se despierta completamente los electores podrían captar la hedentina que desprenden estas campañas y alejarse de ellas para buscar mejores aromas.

Y el remate: los escrutinios. Los dueños del poder comienzan por escoger muy bien los jurados de votación, seleccionados por la Registraduría de las listas que les pasan los jefes políticos. A los que responden a una casa política determinada les ponen diversas misiones que buscan favorecer a sus candidatos; traigo como ejemplo que en la elección del pasado domingo se presentó un fenómeno con los tarjetones y el marcador suministrado por la empresa contratista del proceso: al marcar sobre un determinado candidato o partido y doblar de inmediato el tarjetón para depositarlo en la urna, la tinta húmeda del marcador impregnaba la parte del tarjetón que tocaba con la marcación original, dejando un punto o una mancha sobre otra casilla o candidato, que los jurados interpretaban como una doble marcación y anulaban el voto; este fenómeno, que yo llamo “efecto espejo”, sirvió para anular votos del Polo Democrático Alternativo, pero cuando afectaba a un candidato de los partidos de la Unidad Nacional que pusieron la abrumadora mayoría de los jurados, estos se hacían los de la vista gorda. Personalmente, en calidad de testigo electoral, tuve que batallar en una mesa del puesto electoral que me correspondió en Santa Marta, para rescatar un voto del Polo a la Cámara que fue declarado nulo en el primer conteo; finalmente la presidente del jurado, ante el anuncio de que iba a impugnar esa mesa, me dio la razón y validó el voto. Pero ¿cuántas veces se repitió este fenómeno en las mesas de otros puestos, en esta ciudad, en este departamento, en el país? Es muy significativo el hecho de que el 10% de los votos depositados para Senado y el 12% de los de Cámara hayan sido declarados nulos, por supuesto no todos por este mismo hecho, pero debe haber un buen número anulados por esta causa, y con mayoría de jurados santistas, muy seguramente gran parte de los votos nulos pertenecen al único partido de oposición que existe en Colombia. Unas empresas contratistas del proceso electoral escogidas por influencia política, más un buen número de jurados que por afinidad política, compadrazgo, dádivas o dinero favorecen con sus decisiones a los candidatos del régimen, completan el vergonzoso cuadro del sistema electoral colombiano.

Sería interminable la lista de pecados que caracterizan al sistema electoral de nuestra maltrecha democracia, pero lo poco aquí señalado explica la renuencia del régimen a modificar de fondo un régimen electoral que les favorece a los que se consideran dueños del país. El cinismo es mayor si se tiene en cuenta que aprobaron una ley, la 1475 de 2011, en la que se ordenó efectuar la identificación biométrica (lector electrónico de huella) de los electores y el inicio de la implementación del voto electrónico a partir de las elecciones de 2014, que en algo podrían adecentar un poco nuestro sistema electoral. Pero aún así, como lo ha señalado el senador Robledo, el gobierno de Juan Manuel Santos, para asegurarse en el poder, cometió el pasado 9 de marzo un gran prevaricato al dejar de aplicar esta norma.

La luz al final del túnel

En medio de este oscuro panorama se mantiene viva una pequeña pero creciente luz de esperanza. A pesar de todas las dificultades, enfrentando la persistente arremetida del régimen y de sus áulicos y contrariando muchos pronósticos adversos, compitiendo en enorme desigualdad con un gigantesco aparato político alimentado con la mermelada oficial, con la corruptela y con el fraude, el Polo Democrático logró sobrevivir, alcanzando más de medio millón de votos que le permitieron elegir cinco senadores, encabezados por Jorge Enrique Robledo, el senador con la más alta votación individual y el más alto prestigio político en el país y tres representantes, entre ellos el de mayor votación individual en Bogotá, Germán Navas Talero. Estos resultados constituyen un triunfo si se considera que el Polo viene de atravesar un período plagado de dificultades en donde, por mantener su firme postura de oposición al gobierno de Juan Manuel Santos, sufrió la deserción de importantes sectores que salieron a conformar otras colectividades políticas que hoy deshojan la margarita de la reelección tras el señuelo del proceso de paz. Manteniendo una firme postura de claro apoyo a este proceso que se desarrolla en La Habana, pero reafirmando total oposición a la reelección de Juan Manuel Santos, el Polo se erige como la verdadera fuerza alternativa, con una candidata presidencial como Clara López Obregón, que reúne todas las condiciones necesarias para encabezar el urgente y necesario proceso de cambiarle el rumbo a Colombia, enfrentar y desmontar el modelo neoliberal para construir una nueva nación, libre, soberana, independiente y próspera, como es el anhelo de los buenos colombianos.



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El Polo derrotó la conjura en su contra y se confirmó como la principal fuerza de la izquierda democrática.
Triunfo de los colombianos.

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