Por: Álvaro
Morales Sánchez
Concluido el primer episodio del proceso
electoral de 2014, la reflexión que un auténtico demócrata puede hacer es que
la colombiana es una de las peores “democracias” que existe sobre el planeta; qué
explicación tiene que un país cuya producción nacional se está derrumbando por
causa de una política económica que tiene como ejes los tratados de libre
comercio y la sumisión absoluta a las multinacionales y a los dictados de una
potencia extranjera, reelija gran parte de los congresistas que han aprobado
las leyes que sustentan esa desastrosa política económica; qué explicación
tiene que un país gobernado por un filipichín de la oligarquía bogotana que
basa su poder en el hecho de tener el apoyo irrestricto del Departamento de
Estado norteamericano por ser la mejor garantía para la perpetuación del
dominio de los Estados Unidos sobre nuestra patria, elija un Congreso en el que
las fuerzas afectas a ese gobernante mantienen holgadas mayorías, que
seguramente seguirán aprobando leyes en contra de la Nación y del pueblo
colombiano; qué explicación tiene que un país martirizado durante tantos años
por la violencia elija un Congreso en el que alrededor de la tercera parte de
sus integrantes serán personas estrechamente vinculadas a quienes manejan los
hilos de los negocios ilegales que han financiado esa misma violencia. Qué
explicación tiene, además, que ese Congreso haya sido elegido por sólo un 33,3%
de los colombianos habilitados para votar (según el último boletín de la
Registraduría con el 98,4% del llamado preconteo de los votos, de 32.835.856
ciudadanos con derecho a votar, solamente 10.925.592, es decir, la tercera
parte de los ciudadanos con capacidad de decisión, depositaron votos válidos
por listas o candidatos).
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A mi juicio, son varias las respuestas a
estos y muchos otros interrogantes que puede hacerse cualquier persona
medianamente preocupada por la suerte del país en el que le tocó vivir. En
primer lugar, y aunque parezca una perogrullada, debo decir que éste es un país
gobernado por una élite socio-económica, compuesta por los magnates del sector
financiero, los personeros de las grandes corporaciones multinacionales, los
miembros de la gran burguesía ligada a los negocios internacionales,
especialmente a la importación de bienes y servicios cuya proliferación arruina
nuestra economía nacional; esta élite tiene como razón de ser de su
supervivencia y de su enorme poder la conservación de un modelo de sociedad y
de negocios en donde ellos son los principales beneficiados, mientras que al
resto de la población le va supremamente mal con ese modelo de sociedad y con
el predominio de esos negocios. Esa élite se aferra con todas sus fuerzas al
poder del Estado pues desde allí diseñan, aprueban y ejecutan todas las
políticas favorables a sus intereses. Esta es la primera explicación para un
proceso electoral que arroja como resultado el mayor atornillamiento de esa
élite al poder estatal. Por eso tienen unas elecciones hechas a su medida, con
un proceso previo de campaña desmesuradamente desigual entre las fuerzas
políticas afectas al régimen y las que no lo son, y un proceso de escrutinio en
el que campean toda clase de trampas para elegir fraudulentamente amigos del
gobierno que, pese a todo el montaje previo, no lograron los votos suficientes.
Los
pecados de las elecciones colombianas
Toda clase de vicios caracterizan a este
proceso electoral. Desde el gobierno central se incluyen en el presupuesto
nacional los “cupos indicativos”, nombre eufemístico para los que antes se
llamaban “auxilios parlamentarios”, que en esta oportunidad sobrepasaron los 3
billones de pesos según cifras dadas a conocer por algunos parlamentarios;
estos cupos indicativos se asignan a departamentos y municipios y los
parlamentarios que los obtuvieron pactan con los mandatarios regionales y
locales su destinación, una obrita de menor cuantía por aquí, un amague de obra
por allá, y se reparten la mayor parte de la tajada, con lo cual unos y otros
engrosan sus bolsillos y les alcanza para ayudar a financiar las costosas
campañas con las que se hacen reelegir; agreguemos a esto la repartija de
puestos de dirección en organismos estatales que se utilizan para amarrar los
votos de todos los funcionarios públicos so pena de despido, y el panorama del
clientelismo está completo. Es la famosa mermelada
Y para asegurar los votos del pueblo hay
todo un entramado de variantes, que van desde la burda promesa de obras,
gestiones o puestos, que por regla general se repite cada elección pero no se
cumple, hasta la simple y llana compra física del voto, pasando por la entrega
de electrodomésticos, mercados, tejas, ladrillos y toda clase de insumos para
construcción, la asignación de viviendas de interés social en los programas
gubernamentales, los programas de subsidios como Familias en Acción y todos sus
similares, las parrandas con música en vivo y licor a manos llenas, el tamal o
el almuerzo del día electoral, el transporte al sitio de votación y mil formas
más. Esto sin contar con que todavía en muchas regiones se utiliza la amenaza
de muerte a manos de grupos ilegales si no se cumple con la orden de votar por
determinado candidato. La compra del voto se volvió una costumbre en casi todo
el país, pues los politiqueros de siempre actúan como buitres que caen sobre la
carroña, al aprovecharse de las necesidades de la gente, causadas por las leyes
que ellos mismos aprueban en el Congreso, para llegarles con dádivas de toda
clase o la tarifa del momento para el voto, que sirven para calmar
momentáneamente la necesidad, y volver luego del día electoral a soportar otros
cuatro años de privaciones, en una especie de resaca electoral permanente.
Aquí, en la Costa Atlántica, se ha vuelto costumbre en los sectores más
necesitados que la persona con más autoridad en una familia venda el paquete de
los votos de todo su grupo para obtener una suma de dinero que en ocasiones
sirve para hacer un mercado para varias semanas, y en otros casos se usa para
armar una parranda de varios días. Es tan trágico el asunto, que muchos de
nuestros pobres colombianos esperan con ansiedad los días de elecciones porque
es su oportunidad para tener acceso a una comida decente. Y aunque esto se
negocia en los días previos a los comicios, todavía en el día de la elección
deambulan por los puestos electorales los personajes que se acercan a los
grupos de trabajo de los candidatos a ofrecer sus paquetes de votos.
En el transcurso de las campañas es
digno de mención, por lo infame, la avalancha de propaganda de todo tipo que se
toma literalmente los pueblos y ciudades y que pretende interiorizarse en cada
persona a través de sus cinco sentidos. Infame porque es evidente que mientras
miles de problemas sociales campean por nuestros pueblos y veredas, se
derrochan ríos de dinero en vallas, murales, pasacalles, pendones, afiches,
camisetas, gorras, perifoneo, cuñas radiales, cuñas televisivas y todo aquello
que penetre a través de la vista y el oído; el sentido del gusto es cautivado
con las comilonas y francachelas; el tacto es halagado con bolígrafos,
mochilas, prendas de vestir, pero sobre todo con el sensible roce de los
billetes; quizás lo que menos se estimula es el olfato porque si éste se
despierta completamente los electores podrían captar la hedentina que
desprenden estas campañas y alejarse de ellas para buscar mejores aromas.
Y el remate: los escrutinios. Los dueños
del poder comienzan por escoger muy bien los jurados de votación, seleccionados
por la Registraduría de las listas que les pasan los jefes políticos. A los que
responden a una casa política determinada les ponen diversas misiones que
buscan favorecer a sus candidatos; traigo como ejemplo que en la elección del
pasado domingo se presentó un fenómeno con los tarjetones y el marcador
suministrado por la empresa contratista del proceso: al marcar sobre un
determinado candidato o partido y doblar de inmediato el tarjetón para
depositarlo en la urna, la tinta húmeda del marcador impregnaba la parte del
tarjetón que tocaba con la marcación original, dejando un punto o una mancha sobre
otra casilla o candidato, que los jurados interpretaban como una doble
marcación y anulaban el voto; este fenómeno, que yo llamo “efecto espejo”,
sirvió para anular votos del Polo Democrático Alternativo, pero cuando afectaba
a un candidato de los partidos de la Unidad Nacional que pusieron la abrumadora
mayoría de los jurados, estos se hacían los de la vista gorda. Personalmente,
en calidad de testigo electoral, tuve que batallar en una mesa del puesto
electoral que me correspondió en Santa Marta, para rescatar un voto del Polo a la
Cámara que fue declarado nulo en el primer conteo; finalmente la presidente del
jurado, ante el anuncio de que iba a impugnar esa mesa, me dio la razón y
validó el voto. Pero ¿cuántas veces se repitió este fenómeno en las mesas de
otros puestos, en esta ciudad, en este departamento, en el país? Es muy
significativo el hecho de que el 10% de los votos depositados para Senado y el
12% de los de Cámara hayan sido declarados nulos, por supuesto no todos por
este mismo hecho, pero debe haber un buen número anulados por esta causa, y con
mayoría de jurados santistas, muy seguramente gran parte de los votos nulos
pertenecen al único partido de oposición que existe en Colombia. Unas empresas
contratistas del proceso electoral escogidas por influencia política, más un
buen número de jurados que por afinidad política, compadrazgo, dádivas o dinero
favorecen con sus decisiones a los candidatos del régimen, completan el
vergonzoso cuadro del sistema electoral colombiano.
Sería interminable la lista de pecados
que caracterizan al sistema electoral de nuestra maltrecha democracia, pero lo
poco aquí señalado explica la renuencia del régimen a modificar de fondo un
régimen electoral que les favorece a los que se consideran dueños del país. El
cinismo es mayor si se tiene en cuenta que aprobaron una ley, la 1475 de 2011,
en la que se ordenó efectuar la identificación biométrica (lector electrónico
de huella) de los electores y el inicio de la implementación del voto
electrónico a partir de las elecciones de 2014, que en algo podrían adecentar
un poco nuestro sistema electoral. Pero aún así, como lo ha señalado el senador
Robledo, el gobierno de Juan Manuel Santos, para asegurarse en el poder,
cometió el pasado 9 de marzo un gran prevaricato al dejar de aplicar esta
norma.
La
luz al final del túnel
En medio de este oscuro panorama se
mantiene viva una pequeña pero creciente luz de esperanza. A pesar de todas las
dificultades, enfrentando la persistente arremetida del régimen y de sus
áulicos y contrariando muchos pronósticos adversos, compitiendo en enorme
desigualdad con un gigantesco aparato político alimentado con la mermelada
oficial, con la corruptela y con el fraude, el Polo Democrático logró
sobrevivir, alcanzando más de medio millón de votos que le permitieron elegir
cinco senadores, encabezados por Jorge Enrique Robledo, el senador con la más
alta votación individual y el más alto prestigio político en el país y tres
representantes, entre ellos el de mayor votación individual en Bogotá, Germán
Navas Talero. Estos resultados constituyen un triunfo si se considera que el
Polo viene de atravesar un período plagado de dificultades en donde, por
mantener su firme postura de oposición al gobierno de Juan Manuel Santos, sufrió
la deserción de importantes sectores que salieron a conformar otras colectividades
políticas que hoy deshojan la margarita de la reelección tras el señuelo del
proceso de paz. Manteniendo una firme postura de claro apoyo a este proceso que
se desarrolla en La Habana, pero reafirmando total oposición a la reelección de
Juan Manuel Santos, el Polo se erige como la verdadera fuerza alternativa, con
una candidata presidencial como Clara López Obregón, que reúne todas las
condiciones necesarias para encabezar el urgente y necesario proceso de
cambiarle el rumbo a Colombia, enfrentar y desmontar el modelo neoliberal para
construir una nueva nación, libre, soberana, independiente y próspera, como es
el anhelo de los buenos colombianos.
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